Muchas veces, tenemos el material que necesitan nuestros oídos, y los
mismos dispuestos al disfrute, pero en ocasiones no es suficiente. De
vez en cuando conviene pararse, a preparar la situación. Muchos
acompañas el jazz, con un cigarrillo, mientras acarician un instrumento de cuerda entre las manos; otros escuchan a Mozart entre los bosques más espesos y entre la naturaleza exuberante del norte; otros los Nocturnos de Chopin
entre velas y la oscuridad y melancolía de la noche; otros aprovechan
la intensidad y la pequeña dimensión de un coche para concentrar toda la
fuerza del rock entre las luces de la ciudad, y la
velocidad de la máquina … En este artículo no me referiré a la situación
exterior, al trato de la vista y el gusto simultáneo junto con el oído,
sino únicamente el oído y quizás alguno más de los sentidos. Hoy en día
la tecnología nos invade la rutina, dándonos la posibilidad de deleitar
nuestro tímpano (ya no tan refinado por el caos de la vorágine) en
cualquier momento, y esto es maravilloso y odioso al mismo tiempo. Se
puede despreciar el arte más sublime, y aborrecer la
esencia delicada de un perfume indescriptible: nos acostumbramos a todo,
especialmente si nos lo procuramos en grandes dosis egoístas: sin duda
el objeto de nuestra satisfacción momentánea vale más. Aunque me aleje
unos pasos del motivo de estas letras, creo que es muy importante no
escuchar (aún teniendo la posibilidad ) esa pieza que apetece más en ese
momento, la tecla que favorece tanto ese instante que si vibrara en
nuestros oídos… ¡no!: Sería mucho mejor si apareciese de improviso, de
repente como mágicamente, de ese modo toda la fuerza arrolladora del
arte, desesperada por asolar todos tus sentidos hasta dejarlos aislados y
conmovidos, te deja sin habla sorprendentemente. Escuchas con toda la
atención, esa otra que aparece, y no aparenta ser tu preferida, pero te
paras y la descubres y conoces, entonces todo es diferente y revelas su
secreto…
La intensidad, esto es la calidad intensa: el
directo. La mayoría de las veces no podemos acceder a la creación de la
música en directo, pero un buen equipo soluciona en gran medida el
problema común. El nivel, la medida, ha de ser así: que cuando escuches
no seas capaz de predecir de donde viene el sonido sino que simplemente
esté ahí, como la banda sonora de una película, que no sepas por dónde
susurra el altavoz, que venga de lo más alto. El subwoofer vibra,
acompasando las ondas del gran imán, con los latidos del corazón, siendo
en ese momento la música y tú la misma cosa. De alguna manera el tacto
de la música. Que las notas inunden el todo, la realidad de esos
doscientos setenta segundos.