23 de septiembre de 2011

El árbol de la vida

Las expectativas son siempre un obstáculo para apreciar las cosas. Desde el Festival de Cannes 2011, esta película ha prometido muchas grandezas. Únicamente ver trabajar a Brad Pitt y a Sean Penn en el mismo filme hace pelearse a cualquiera  por conseguir unas entradas. Siempre me ha gustado ir al cine, y más cuando lo que vas a ver puede ser bueno, va a hacer historia.

Empezó, y todo era perfecto cada plano cada toma era el preámbulo de una mejor, sin embargo tantos preparativos hacen esperar una buena historia, cargada de humanismo, vida y alma. Todo deseo, se vio confundido. No sabíamos qué íbamos a ver, quizá una introducción honesta, alejada del marketing y  fuerza publicitaria hubiera bastado para ver la película, es suficiente con que a un niño le prometas helado al final de la comida, para que se la trague a  toda velocidad sin saborear bocado para llegar a lo ansiado. Pero la obra era muy distinta. Apareciendo la cita del libro de Job y posteriormente todas las increíbles imágenes del planeta, desde el diminuto crecimiento humano, hasta la macroscopia del universo mientras se escucha la espeluznante “Lacrimosa” de Zbigniew Preisner, es difícil vivir el momento con toda su intensidad,  esperaba otra cosa, pero me rendí ante semejante escena. Imágenes del telescopio Hubble, ríos, océanos, montañas, volcanes, desiertos. El mundo no es un documental, es  vida, es un absoluto  milagro. Algunos compararon este espectáculo con el de Kubrick en “2001: Una Odisea del Espacio"(1968). Este es otro tipo de cine, no es comparable, que no se emitan los juicios comerciales que se ejercieron sobre otras producciones. Es contemplativo, poético, abstracto en cuanto a lo que narrativo se refiere, un poema visual. Hasta las escasas escenas de interpretación una cámara inusual nos enseña tomas muy cuidadas, una exquisita fotografía de Emmanuel Lubezki. Teatro silencioso, palabras que no se dicen. El filtro que refleja los años 50: colores polaroid, inocentes, soñados. Dulce música de Alexandre Desplat ("El Discurso del Rey” (2010)).

 La familia O’Brien  ha perdido al joven Jack que ha muerto, su madre atenta, cariñosa, amable (Jessica Chastain), y el padre (Brad Pitt) severo y afectuoso pero muy autoritario. Los personajes van descubriendo el mundo y van obteniendo lecciones de la vida. Así como guardando en sus corazones las experiencias que da la existencia –los buenos y malos momentos–. Perder a un hijo hace que te plantees todas esas preguntas filosóficas que hacen temblar desde los comienzos de la historia a la humanidad.  Todo el énfasis se concentra en esa inquietud, toda la película es un detalle, una pregunta, una experiencia de un momento repetida infinitas veces, algo inefable: un poema. 

La reiteración, el arriesgado modo de esta película experimental de** Terrence Malick**, profesor de filosofía, autor de _"**El Árbol de la Vida**"_, junto con su trayectoria –seis películas en 42 años– de cine sensible, exigente, depurado, perfeccionista, da cierta explicación a las preguntas de los espectadores. La obsesión de Malick de retocar, cada pincelada en el montaje y rodaje de la obra es muy significativa. Quizá esta película es la promesa de la cercanía del séptimo arte al mismo arte. Sin duda no comprendí la película, no es una historia, no hay sinopsis, aquí el “cómo” es lo más importante. No sé si es una obra maestra pero sí es algo inusual: espectacular. Este director se ha hecho un espacio en el mundo del cine. El tema narrativo es archiconocido, sin embargo está película es el despliegue de la condensada pregunta de la vida: ¿porqué?.

Así pues, más de la mitad del largometraje son imágenes despersonalizadas, o personalizados silencios. La otra mitad es una lacónica pero rica visión de una familia. El público es ahora muy caprichoso, de ahí la osadía de Malick. Los espectadores no entienden y se enfadan, escupen a la obra, no están acostumbrados a escuchar, están habituados a oír lo que quieren en cualquier momento y permanentemente, como en un bufete de sensaciones muy valiosas que minusvaloran o desprecian por su actitud despótica con el arte, con el mundo. Ha perdido esa ingenuidad, humildad de oyente ante la soberbia de una obra. Tal vez la obra sea revolucionaria, o no apta para este tiempo abanderado contra la censura. La causa puede ser el dinero: algunas de las productoras se dedican a vender, hacen vulgar lo sublime, lo hacen pegajoso, superficial, no educan a su público, no lo enriquecen, lo embrutecen entreteniéndolo banalmente. O quizá es el abuso del arte del siglo XXI, o la hipocresía de algunas personas que se hace llamar artistas. Los comprensibles abucheos a esta película que empezaron en el Grand Théâtre Lumière, o la sensación de estafa de los espectadores podrían ser bien parecidos a los que recibió** Stravinski **con “**La Consagración de la Primavera**” (1913).

Se ha hablado mucho de esta película, unos se sienten engañados –sino que hablen de los escasos 5 minutos de aparición con Sean Penn-- y otros están inclinados, de rodillas ante semejante obra. El cine está para disfrutar, por lo que odia esta mentira o ama esta maravillosa verdad. “La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que está viva. Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.” Oscar Wilde (Prefacio del Retrato de Dorian Gray)

22 de septiembre de 2011

El Árbol de la Vida (Terrence Malick, 2011)


 Las expectativas son siempre un obstáculo para apreciar las cosas. Desde el Festival de Cannes 2011, esta película ha prometido muchas grandezas. Únicamente ver trabajar a Brad Pitt y a Sean Penn en el mismo filme hace pelearse a cualquiera  por conseguir unas entradas. Siempre me ha gustado ir al cine, y más cuando lo que vas a ver puede ser bueno, va a hacer historia.

Empezó, y todo era perfecto cada plano cada toma era el preámbulo de una mejor, sin embargo tantos preparativos hacen esperar una buena historia, cargada de humanismo, vida y alma. Todo deseo, se vio confundido. No sabíamos qué íbamos a ver, quizá una introducción honesta, alejada del marketing y  fuerza publicitaria hubiera bastado para ver la película, es suficiente con que a un niño le prometas helado al final de la comida, para que se la trague a  toda velocidad sin saborear bocado para llegar a lo ansiado. Pero la obra era muy distinta. Apareciendo la cita del libro de Job y posteriormente todas las increíbles imágenes del planeta, desde el diminuto crecimiento humano, hasta la macroscopia del universo mientras se escucha la espeluznante “Lacrimosa” de Zbigniew Preisner, es difícil vivir el momento con toda su intensidad,  esperaba otra cosa, pero me rendí ante semejante escena. Imágenes del telescopio Hubble, ríos, océanos, montañas, volcanes, desiertos. El mundo no es un documental, es  vida, es un absoluto  milagro. Algunos compararon este espectáculo con el de Kubrick en “2001: Una Odisea del Espacio"(1968). Este es otro tipo de cine, no es comparable, que no se emitan los juicios comerciales que se ejercieron sobre otras producciones. Es contemplativo, poético, abstracto en cuanto a lo que narrativo se refiere, un poema visual. Hasta las escasas escenas de interpretación una cámara inusual nos enseña tomas muy cuidadas, una exquisita fotografía de Emmanuel Lubezki. Teatro silencioso, palabras que no se dicen. El filtro que refleja los años 50: colores polaroid, inocentes, soñados. Dulce música de Alexandre Desplat ("El Discurso del Rey” (2010)).

 La familia O’Brien  ha perdido al joven Jack que ha muerto, su madre atenta, cariñosa, amable (Jessica Chastain), y el padre (Brad Pitt) severo y afectuoso pero muy autoritario. Los personajes van descubriendo el mundo y van obteniendo lecciones de la vida. Así como guardando en sus corazones las experiencias que da la existencia –los buenos y malos momentos–. Perder a un hijo hace que te plantees todas esas preguntas filosóficas que hacen temblar desde los comienzos de la historia a la humanidad.  Todo el énfasis se concentra en esa inquietud, toda la película es un detalle, una pregunta, una experiencia de un momento repetida infinitas veces, algo inefable: un poema. 

La reiteración, el arriesgado modo de esta película experimental de** Terrence Malick**, profesor de filosofía, autor de _"**El Árbol de la Vida**"_, junto con su trayectoria –seis películas en 42 años– de cine sensible, exigente, depurado, perfeccionista, da cierta explicación a las preguntas de los espectadores. La obsesión de Malick de retocar, cada pincelada en el montaje y rodaje de la obra es muy significativa. Quizá esta película es la promesa de la cercanía del séptimo arte al mismo arte. Sin duda no comprendí la película, no es una historia, no hay sinopsis, aquí el “cómo” es lo más importante. No sé si es una obra maestra pero sí es algo inusual: espectacular. Este director se ha hecho un espacio en el mundo del cine. El tema narrativo es archiconocido, sin embargo está película es el despliegue de la condensada pregunta de la vida: ¿porqué?.

Así pues, más de la mitad del largometraje son imágenes despersonalizadas, o personalizados silencios. La otra mitad es una lacónica pero rica visión de una familia. El público es ahora muy caprichoso, de ahí la osadía de Malick. Los espectadores no entienden y se enfadan, escupen a la obra, no están acostumbrados a escuchar, están habituados a oír lo que quieren en cualquier momento y permanentemente, como en un bufete de sensaciones muy valiosas que minusvaloran o desprecian por su actitud despótica con el arte, con el mundo. Ha perdido esa ingenuidad, humildad de oyente ante la soberbia de una obra. Tal vez la obra sea revolucionaria, o no apta para este tiempo abanderado contra la censura. La causa puede ser el dinero: algunas de las productoras se dedican a vender, hacen vulgar lo sublime, lo hacen pegajoso, superficial, no educan a su público, no lo enriquecen, lo embrutecen entreteniéndolo banalmente. O quizá es el abuso del arte del siglo XXI, o la hipocresía de algunas personas que se hace llamar artistas. Los comprensibles abucheos a esta película que empezaron en el Grand Théâtre Lumière, o la sensación de estafa de los espectadores podrían ser bien parecidos a los que recibió** Stravinski **con “**La Consagración de la Primavera**” (1913).

Se ha hablado mucho de esta película, unos se sienten engañados –sino que hablen de los escasos 5 minutos de aparición con Sean Penn-- y otros están inclinados, de rodillas ante semejante obra. El cine está para disfrutar, por lo que odia esta mentira o ama esta maravillosa verdad. “La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que está viva. Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.” Oscar Wilde (Prefacio del Retrato de Dorian Gray)

8 de septiembre de 2011

Frozen Yogurt

Cada cosa tiene su sito. Acabas de comer en un fétido restaurante de comida rápida. Te gusta, pero tú, te mereces algo mejor. Sales a la calle, son las 4 p.m. y el calor derrite tu cuerpo: caminas cabizbajo y tu ropa se adhiere a ti pegajosamente. La gente, bajo los mismos rayos del hiriente sol, te mira  con pesadez, incluso con asco. Su odio se refleja en el sudor de sus frentes, no tienen la culpa, pero tú también lo sufres. Entonces acude a tu mente la genial idea por la que cualquiera pagaría en tu situación… Por un momento tu boca sonríe pero en seguida vuelve a su posición de angustia.

El aire acondicionado del local deja en tu subconsciente un ápice de esperanza. Tú ya sabes lo que vas a pedir, no estás para sorpresas, lo has probado antes: sabes del triunfo. Vas viendo como van saliendo los afortunados que se encuentran en el pequeño comercio, y los tomas como grandes amigos, al elegir disfrutar el mismo placer que tú.

La imagen solo bloquea a la imaginación.

Una receta sencilla: yogurt helado, rodajas de plátano, galleta caramelizada batida y tu exquisito chocolate negro. Tras la espera sales con tu postre como absuelto de un crimen del que eres culpable. Al volver a la calle el sol sigue abrasando tu cara y continúas con esa suciedad pegajosa del ambiente. Sin embargo tu boca se convierte en otra habitación, una nueva dimensión dominada por el frescor y el deleite. Los labios tiemblan ante frescor semejante, mezclado con finísimo chocolate fundido y pastoso –por el contraste de temperaturas– que va masajeando allí por donde se desliza: las encías, la lengua. El cambio de texturas del áspero yogurt al suave chocolate produce un ligero cosquilleo en el paladar, y no evitas esa sonrisa. El plátano aparece poco después con un tacto deslizante y su sabor inconfundible, te alegras de haberlo elegido mezclado con la dulcísima galleta caramelizada, y mueves la mandíbula lentamente como bailando la última balada de la fiesta que contienen tus dientes. Ya no eres el mismo de antes, todo es distinto, ya nada importa. La gente que te rodea comprende, y se derrite, esto fortalece tu consciencia de privilegiado: has triunfado.

5 de junio de 2011

El último encuentro

Leí “El Último Encuentro”, una novela increíble. Lo cierto es que en su momento no comenté nada, y lleva la conciencia recordándomelo cada vez que pienso en cuanto he disfrutado leyendo y lo que queda si no me muero pronto. Es uno de esos libro que lees y acaba siendo como una parte de ti, tendré que volver a leerlo. Mientras tanto rescato algún fragmento de la novela del húngaro Sándor Márai, personaje interesantísimo:

“Uno está convencido, y mi padre todavía lo enten­día así, de que la amistad es un servicio. Al igual que el ena­morado, el amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así, con todas sus consecuencias. Esto sería el ideal. Ahora hace falta saber si vale la pena vivir, si vale la pena ser hombre sin un ideal así. Y si un amigo nues­tro se equivoca, si resulta que no es un amigo de verdad, ¿podemos echarle la culpa por ello, por su carácter, por sus debilidades? ¿Qué valor tiene una amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca una recompen­sa? ¿No sería obligatorio aceptar al amigo desleal de la mis­ma manera que aceptamos al abnegado y fiel? ¿No sería justamente la abnegación la verdadera esencia de cada rela­ción humana, una abnegación que no pretende nada, que no espera nada del otro? ¿Una abnegación que cuanto más da, menos espera a cambio? Y si uno entrega a alguien toda la confianza de su juventud, toda la disposición al sacrificio de su edad madura y finalmente le regala lo máximo que un ser humano puede dar a otro, si le regala toda su confianza ciega, sin condiciones, su confianza apasionada, y después se da cuenta de que el otro le es infiel y se comporta como un canalla, ¿tiene derecho a enfadarse, a exigir venganza? Y si se enfada y pide venganza, ¿ha sido un amigo él mismo, el engañado y abandonado? ¿Ves?, este tipo de cuestiones teóricas me han ocupado desde que me quedé solo.”

“—Porque en la vida de un hombre no solamente ocurren las cosas. (…) Uno también construye lo que le ocurre. Lo construye, lo invoca, no deja escapar lo que le tiene que ocurrir. Así es el hombre. Obra así incluso sabiendo o sintiendo desde el principio, desde el primer instante, que lo que hace es algo fatal. Es como si se mantu­viera unido a su destino, como si se llamaran y se crearan mutuamente. No es verdad que la fatalidad llegue ciega a nuestra vida, no. La fatalidad entra por la puerta que noso­tros mismos hemos abierto, invitándola a pasar. No existe ningún ser humano lo bastante fuerte e inteligente para evitar mediante palabras o acciones el destino fatal que le deparan las leyes inevitables de su propia naturaleza y ca­rácter.”

“¿Qué significa la fidelidad, qué esperamos de la persona a quien amamos? Yo ya soy viejo, y he reflexiona­do mucho sobre esto. ¿Exigir fidelidad no sería acaso un grado extremo de la egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y de los deseos de los seres humanos? Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a quien se la exigimos? Y si no ama­mos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio? Ahora, al final de mi vida, ya no me atrevería a responder a estas preguntas, si alguien me las formulase (…). Pero, en fin, así es el hombre, que incluso siendo inteligente y experimenta­do puede hacer muy poco en contra de su naturaleza y de sus obsesiones.”

“Sobrevivir a al­guien a quien se quiere tanto como para llegar al homici­dio, sobrevivir a alguien por quien nos habríamos dejado matar por amor es uno de los crímenes más misteriosos e incalificables de la vida. Los códigos penales no reconocen este delito. Pero nosotros dos sí que lo hacemos (…). He visto la paz y la guerra, he visto la miseria y la grandeza, te he visto cobarde y me he visto a mí mismo vani­doso, he visto la confrontación y el acuerdo. Pero en el fondo, quizás el último significado de nuestra vida haya sido esto: el lazo que nos mantuvo unidos a alguien, el lazo o la pasión, llámalo como quieras. ¿Es ésta la pregunta? Sí, ésta es. Qui­siera que me dijeras —continúa, tan bajo como si temiera que alguien estuviera a sus espaldas, escuchando sus pala­bras— qué piensas de esto. ¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si he­mos vivido esa pasión, quizás no hayamos vivido en vano? ¿Que así de profunda, así de malvada, así de grandiosa, así de inhumana es una pasión?… ¿Y que quizás no se concentre en una persona en concreto, sino en el deseo mismo?… Tal es la pregunta. O puede ser que se concentre en una persona en concreto, la misma siempre, desde siempre y para siempre, en una misma persona misteriosa que puede ser buena o mala, pero que no por ello, ni por sus acciones ni por su ma­nera de ser, influye en la intensidad de la pasión que nos ata a ella. Respóndeme, si sabes responder —dice elevando la voz, casi exigiendo.— ¿Por qué me lo preguntas? —dice el otro con cal­ma—. Sabes que es así.”

3 de junio de 2011

Llenos de vida

El guionista de Hollywood, después de hacer sus guiones hizo sus novelas. En primera persona John Fante relata el tiempo de embarazo de su mujer, los buenos momentos y los malos, la convivencia, los problemas… de una manera bastante sincera y con estilo. Su literatura es exactamente de película, y con esto me refiero por ejemplo a que no van de pic-nic con bolsa  de plástico al monte, sino con el mantel a cuadros rojos y blancos, la cesta y el lago de fondo tras la verde colina y los rayos de sol de un cielo con nubes claras y monumentales, pero al mismo tiempo despejado. Tiene un afán por describir lo vivido de forma atractiva, donde el lector opta por sonreír. Y están también esas situaciones que nos han pasado a todos que yacen retratadas con perfección por el autor. Si debes ponerte nervioso, nervioso pasas a la siguiente página. Totalmente humano, y lo que parece agrio y frío, se convierte en sensible y agradable: así son a veces las cosas. Muy disfrutable…

Se desplomó en un sillón, con el pelo en desorden otra vez, el dedo en carne viva, ya medalla a la nobleza, con un brillo peligroso en sus agradables ojos grises, con el trapo colgando de la mano y una sonrisa de nostalgia en los labios, una expresión de añoranza que indicaba que estaba pensando en tiempos más felices, probablemente en el verano de 1940, cuando era una joven delgada, cuando no tenía que hacer tareas que le destrozaban la espalda, cuando estaba soltera y sin compromiso y subía la cuesta de Telegraph Hill con el caballete y las pinturas, y escribía sonetos de amor trágico mientras contemplaba el Golden Gate.”

“Llenos de Vida” John Fante. Anagrama.

23 de febrero de 2011

Sensation Novel

Como si no tuviera nada que decir aquí, tengo asuntos que decir, pero tengo que ordenarme, cosa que no hago muy a menudo. Se me olvidan, hay muchos asuntos. Hay amaneceres, zumo de naranja, música clásica, un día soleado… pero no hay tiempo. Y estas líneas todavía en mi cabeza hablan de planetas que merecen ser retratados.  En fin un día uno se decide a algo, y estoy leyendo “La Dama de Blanco” de Wilkie Collins, he oído decir que algo de policíaca, pero me gustó más el subgénero “sensation novel” que así lo bautizaron los ingleses. Lo de policíaca me atrae pero no demasiado, me recuerda a la Mary Higgins que disfruté hace unos años. Tengo entendido que este año La Dama cumple 150 años desde su publicación, y todavía se mantiene fresca, pálida y joven. Y es un clásico. Solo la palabra clásico me transporta a otro espacio, la adoro. Pero no importa: he disfrutado ya doscientas cincuenta maravillosas páginas de Sir Percival, el señor Hartright, y la señorita Fairlie… Creo que no me es lícito hablar de estos personajes.

Supongo que este mundo en el que tan orgullosos sentimos la era de la información y comunicación, tiene más secretos que cualquier otro, simplemente la crisis tímidamente anunciada en los periódicos de la cual no oigo sino respuestas dubitativas y vacías a las preguntas sencillas como: ¿La crisis en Islandia?.¿He escuchado la palabra revolución? Es interesante lo acontecido en esa isla alejada de la vorágine europea y rodeada de frío mar en calma. Lo cierto es que no tengo muchos puntos fuertes y es que hablar de temas de actualidad no es uno de ellos.

7 de febrero de 2011

Amin

Amin en clase

Es 28/11/17 y es desde el futuro desde donde subo esta foto la fecha que la envié. Qué reliquia.