30 de diciembre de 2019

Diario de Iniciación para Principiantes a la Búsqueda del Sabor Tomate-Tomate

 

A priori, un tomate monstruoso y mutante, tumoral y feo, poco homogéneo y muy carnoso: es ese el tomate perfecto. Por favor, por encima de 3€ el Kg.

Tomate Corazón de Buey
Fácil de reconocer por su forma, se trata de un tomate clásico. Jugoso y con sabor. Por lo visto, se encuentra maduro ya en su fase verdosa. Piel fina y pocas semillas.

Tomate de Mar Azul
Con ese tono amoratado y violeta para distinguirlos de sus congéneres más rojizos, el tomate azul es fruto de experimentos de laboratorio, donde se añadieron (y nos gusta pronunciar) genes de la flor Boca de dragón (Antirrhinum majus). Se producen en Andalucía, en Reino Unido y en Estados Unidos, y se venden en supermercados corrientes, por lo que son fáciles de encontrar. De textura compacta, tienen un sabor frutal y fiel al concepto mental de tomate.

Tomate Rosa de Barbastro
Tambien conocido como piel de doncella, tiene deformidades y cicatrices. El top de los tomates. Acostúmbrate a que pese más de 500gr, tal vez 800 ó 900 gramos. Fácil de partir por su fina piel, en su interior encontramos las pepitas distribuidas por todo el carnoso tomate.

Tomate Rosa corriente

Pues es un engaño, es considerablemente más pequeño, tal vez entre unos 200 y 300 gramos de media. Tiene ese aspecto michelín pero en el sabor ni se acerca a su hermano rosa de Barbastro o de Altea.

Claramente se ve la diferencia de calibre:

Así es como lo ingerimos actualmente. No me importa tanto qué mozzarella sea, todavía no encontramos una burrata de bufala decente:

Pimientas negra, verde, rosa y blanca, orégano, albahaca y hierbas provenzales en general. Un buen aceite de oliva y algo de vinagre de módena, ah, y sal del himalaya.

20 de diciembre de 2019

Invisible y maravilloso

 Siempre digo que mi marido murió prematuramente. Dos semanas de hospitales y listo. Así dicho parece algo fácil, pero aunque aquellos quince días me mantuve fuerte e impasible, así quería estar para mis hijos y mis nietos, él ya no se enteraba de nada, me ha costado ocho años recuperarme o al menos decir que me encuentro algo repuesta de su falta. Durante todos esos años, mis descendientes –quién lo iba a decir, once nietos y tres hijos con sus defectos y preciosas virtudes– lo han intentado todo con bailes de salón, viajes (a Tailandia, a Rumanía), cursos de idiomas para mayores y hasta un aipad. Con todo esto siempre he tenido la misma sensación que cuando abres los huevos de chocolate que les regalo a mis nietos, especialmente a ese moquito que es Vera, mi nieta favorita. Perdone que me detenga un poco en ella, pero sólo diré que escribe las notas más fantásticas que se pueden escribir, ¡las conservo todas! Pues bien, le chiflan esos huevos de chocolate con secreto dentro y, siempre que viene, sabe que tiene uno entre las piezas del frutero. Y una vez ocurrió, que lo abrió con sus manitas, y no encontró la sorpresa –eso sí fue una sorpresa– y bueno, estuvimos fingiendo que algo había, invisible y maravilloso dentro de él, pese a la decepción. Pues bien, todos estos esfuerzos por parte de mis hijos y nietos me traen la misma sensación. Ya en Tailandia vi dónde estaba el truco, mi marido no aparecía por ningún lado. Pero te escribo porque desde hace unos meses es distinto, creo que lo he encontrado. Debajo de casa, en el Mercado de Convento Jerusalén, María, la gitana que grita por los ajos pero que también tiene un puesto de flores con su Alfredo, me deja arreglar algunos ramos para los clientes. Nada, hablamos de cumpleaños y algún hospital, pero ahí estoy yo con las siemprevivas, las astromelias y las gardenias. Y no sabes cómo espero el mercado de los martes para recoger mi delantal, haga frío o calor y atender como puedo los pedidos. Y María hablaba de pagarme ¡ja!, sólo me faltaba eso, ahí entre corte y corte, entre ramo y ramo veo lo que le entusiasmaban las flores a mi Lorenzo, que en algún sitio está mirando cómo las preparo para él cada martes.

12 de diciembre de 2019

101 Looks Infalibles

 

Alguien llama y cuelga al instante. Me hago otro sándwich. Y mientras leo un número antiguo de la revista Vogue, recibo otra llamada:

—El muy cabrón me estaba engañando

Una mujer al otro lado de la línea me cuenta de pe a pa cómo ha descubierto que su marido le es infiel con su mejor amiga. Para eso estamos, para emergencias. Sobre el escritorio tengo una foto con mi hermano, esa en que vamos vestidos de duendes a las cuevas de Altamira. Últimamente se me olvida regar el poto, que ya empieza a hacer rápel por la pared de la mesa. Tengo la sensación de que todo lo que depende de mí está fracasando y lo que escapa a mi alcance está nominado a la Mejor Película de Habla No Inglesa.

Entra el supervisor. Coloco _Vogue_sobre mi regazo y trato de escuchar atentamente. Cruzo las piernas y miro la esquina de la habitación. La mujer habla como si aquello le hubiera pasado a otra persona. Entre sus muletillas se encuentran: “en ese sentido”, “joder” y la siempre infravalorada “lo que pasa es que”. Que no se me olvide comprar detergente y cervezas.

La revista está abierta por la página “101 Looks Infalibles”, más o menos por la mitad. Desde que me relaciono con el mueble revistero de la cocina he visto toneladas de carne bronceada sin estrías, chismorreos propios de las conclusiones del estudio del apareamiento de los grillos, un Fiat 500 rosa muy mono, productos de venta a domicilio que cuestionan la supervivencia de nuestra especie y algunos descuentos caducados de Groupon.

El supervisor se dirige a la puerta mientras me echa una mirada de esas que hace cuando te echa una mirada. Es difícil de soportar. Procuro mantener el canal de comunicación con “mmm” y “huhum” regulares. Apenas noventa y tres minutos para que termine la jornada laboral. Jueves, juernes, o lo que sea. Poco después oigo por el auricular:

—Porque tú me entiendes ¿verdad?