20 de diciembre de 2019

Invisible y maravilloso

 Siempre digo que mi marido murió prematuramente. Dos semanas de hospitales y listo. Así dicho parece algo fácil, pero aunque aquellos quince días me mantuve fuerte e impasible, así quería estar para mis hijos y mis nietos, él ya no se enteraba de nada, me ha costado ocho años recuperarme o al menos decir que me encuentro algo repuesta de su falta. Durante todos esos años, mis descendientes –quién lo iba a decir, once nietos y tres hijos con sus defectos y preciosas virtudes– lo han intentado todo con bailes de salón, viajes (a Tailandia, a Rumanía), cursos de idiomas para mayores y hasta un aipad. Con todo esto siempre he tenido la misma sensación que cuando abres los huevos de chocolate que les regalo a mis nietos, especialmente a ese moquito que es Vera, mi nieta favorita. Perdone que me detenga un poco en ella, pero sólo diré que escribe las notas más fantásticas que se pueden escribir, ¡las conservo todas! Pues bien, le chiflan esos huevos de chocolate con secreto dentro y, siempre que viene, sabe que tiene uno entre las piezas del frutero. Y una vez ocurrió, que lo abrió con sus manitas, y no encontró la sorpresa –eso sí fue una sorpresa– y bueno, estuvimos fingiendo que algo había, invisible y maravilloso dentro de él, pese a la decepción. Pues bien, todos estos esfuerzos por parte de mis hijos y nietos me traen la misma sensación. Ya en Tailandia vi dónde estaba el truco, mi marido no aparecía por ningún lado. Pero te escribo porque desde hace unos meses es distinto, creo que lo he encontrado. Debajo de casa, en el Mercado de Convento Jerusalén, María, la gitana que grita por los ajos pero que también tiene un puesto de flores con su Alfredo, me deja arreglar algunos ramos para los clientes. Nada, hablamos de cumpleaños y algún hospital, pero ahí estoy yo con las siemprevivas, las astromelias y las gardenias. Y no sabes cómo espero el mercado de los martes para recoger mi delantal, haga frío o calor y atender como puedo los pedidos. Y María hablaba de pagarme ¡ja!, sólo me faltaba eso, ahí entre corte y corte, entre ramo y ramo veo lo que le entusiasmaban las flores a mi Lorenzo, que en algún sitio está mirando cómo las preparo para él cada martes.