2 de enero de 2014

Salvar al soldado Ryan. Steven Spielberg

2.i.2014//¿Qué tiene “Saving Private Ryan”? Unos medios espectaculares -qué poco hacen ahora con 70 millones de dólares en este siglo-, un reparto mítico, escenas de guerra hiperrealistas, un guión muy bien estructurado y dramático, una fotografía increíble (Janusz Kaminski), una banda sonora conquistante, y un director de oro. Y así podríamos seguir, esta película tiene el qué y el cómo: ha sido diseñada con pasión. 

Haber elegido la historia de la trágica muerte de tres hermanos y la misión de salvar al cuarto, ya es otro cantar. Empieza con la antológica representación del desembarco de Normandía (25 minutos de guerra pura con tal realismo que no recuerdo haber visto en otra película bélica), e introduciendo el uniforme con el ‘RYAN’ bordado. Continúa con una serie de escenas -cada cual más dramática- que atrapa desde el principio, con el primer disparo. No quiero resumir el filme, pero no me resisto a enumerar algunas escenas. La expresividad con que desde la central de telégrafos se comunican las muertes de los soldados y el contraste de la guerra con la idílica casa rodeada de campos dorados -grabado con un filtro y color memorables- y una madre que recibe postrada en el porche la noticia del fallecimiento de sus hijos. Así -dejando a un lado las palabras de Lincoln- introducen el primer gran nudo de la trama tras haber presentado tímidamente a los protagonistas entre explosiones.

A partir de ahí y con Hanks a la cabeza, empieza la misión con los mejores. Cada escena es sorprendente: una familia que tiernamente intenta dejar a su niña francesa con los soldados; como se elimina la pared y quedan frente a frente alemanes y americanos; el punto de inflexión de la compañía cuando tras la dramática muerte del médico y el abandono del prisionero -que luego vuelve al campo de batalla- aparece la desesperación, la crisis y dudas sobre el sentido de la misión. Una deliciosa escena a contraluz y al atardecer; buscar a Ryan irreverentemente entre las medallas de los soldados muertos y dar la noticia de la muerte de sus fratelli a un ‘falso’ Ryan antes de encontrar a un joven Damon. Y sigue y sigue. Lo que cuenta, es tan sorprendente -no sé hasta que punto es mérito de Robert Rodat- y lo hace de un modo tan vivo y épico, que es improbable que no te absorba.

En fin, para qué comentar más la evidencia -olvidando el humor y sentimentalismo patriótico americano-. “Merézcalo” (“Make all of this worthwhile”), con ese imperativo trascendente e inspirador se cierra esta genial narración.

B

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