Ayer, buscando el teclado lavable para C., sacamos mi breve colección de crucifijos, había 2 comodines, pero esencialmente:
- Uno dorado y sobado con las esquinas rectas que me dio mi amigo Carlos, el sacerdote.*
- Otro pequeño que me dió mi madre, este me encantaba y me daba miedo perderlo.
- Una copia de este último más grande, de mi confirmación, con fecha de mayo-2008.
Estaban metidos en un sobre de cuero que creo que me trajero de canarias, con un sol mirando de frente. Tras un tiempo sin sacarlos, me parecía, todos juntos y hacinados, herramientas supersticiosas. Se veía en ellos el apego que les había tenido. Algunas palabras que me vienen a la mente sin ningún motivo en particular: reliquia, tótem, claustrofobia.
* Este era el que tenía de cabecera y llevaba a todas partes. Lo ponía frente a mí en mi mesa, cuando estudiaba. Me acordaba de cuando, en las meditaciones, el sacerdote jugaba con el crucifijo que llevaba sobre la mesita cubierta de terciopelo a medida.
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