24 de marzo de 2020

Bill en el espejo

Bill mide uno setenta, pesa 82 kilos, sus estudios son especializados en la segunda mitad de la literatura del romanticismo. Su bio de Instagram es: ‘Nunca me salto el desayuno’. En una entrevista diría que sus hobbies son: comer pizza, ver series y quedar con sus amigos. Después de una hora sigue mirándose al espejo. Se ve feo y rudo, dos adjetivos que le encantan. Un pequeño corte en el labio, le ayuda a sentirse bien. Su madre le grita que ponga la mesa. A través de la ventana, hay un cielo azul hecho por ordenador y las nubes tienen forma de infografías de un periódico internacional. Puka, la tarántula moteada que le mira desde el terrario, muda y solemne, pone una de sus patas sobre el cristal, un gesto indudable de apoyo y comprensión. Mirando el labio a través de su reflejo, ve su sabor, la acidez y el regusto dulce de la sangre todavía por secar. Es la primera vez que se mira al espejo de verdad, no para ver su nariz o la distancia de separación de sus ojos, sino para saber quién es él en realidad. Su madre vuelve a gritar, pero le cuesta reconocer que ese chillido vaya dirigido a ese chico con el labio partido. Sin embargo: es Bill.