8 de marzo de 2024

Miguel, mi peluquero

Me llevaban a la misma peluquería que iban mi abuela, mi bisabuela, su hermana, mi madre y mis hermanas. La peluquería olía a un champú inconfundible. Sonaba a secadoras y a música. Había fotos de gente rara con peinados raros que miraba muy seriamente, había cachibaches en repisas, cajones. Todos los peluqueros tenían buenos peinados y vestían de negro. Cuando mi abuela estaba al fondo y coincidíamos, me daba vergüenza atravesar todo el local para saludarla y allí estaba tan contenta. Esa era su verdadera iglesia. Las peluqueras me hablaban y referían mi parecido o lo mayor que me hacía. Yo no sabía quiénes eran y sonreía. Recuerdo que había una trona con un volante para distraer a los niños del corte del peluquero. Esperar a que me asignaran a un peluquero era incómodo. ¿Quién te lo corta? Con el tiempo llegó Miguel y se convirtió en mi respuesta segura y tranquila a esa pregunta. Miguel me contaba y preguntaba cosas. No había silencios raros donde los peluqueros optaban por hablar con señoras a metros de distancia que leían revistas con aliens en la cabeza. Miguel me había visto saltar las escaleras de acceso al metro mientras corría para no perderlo, decía que me agarraba a la barandilla y saltaba muchos escalones de una vez. Un día después de cortarme el pelo me ofreció colocarme un poco de wet, que no era gomina ni nada de eso. Otro día al entrar me preguntaron ¿quién te lo corta? Y a mi respuesta me dijeron: ya no está. Así, sin ninguna explicación. Quise preguntar. Pero no supe. Por un lado parecía una falta de lealtad hacia la peluquería, pero qué más me daba, ¿dónde estaba Miguel?