24 de agosto de 2022

Justo delante de nosotros

Estamos volviendo de vacaciones, el niño llora durante el camino. Ni siquiera cabe en su pequeño cerebro el concepto de tiempo, velocidad, Dirección General de Tráfico. Los coches se amontonan poco antes de la salida treinta y dos, y estamos una hora para alcanzar la salida treinta y cuatro. Los vehículos, con las bacas cargadas con fardos, bicis deportivas y algún kayak, ralentizan la marcha hasta casi pararse. Los pasajeros se apoyan en las ventanillas y señalan. Ha volcado un camión de tomates y el asfalto es el bíblico mar rojo. Nos miramos y no decimos nada. Se cuela en el coche un tufo a motor quemado, tomate frito y hierba cortada.

Rebeca pone la mano sobre el reposabrazos. El gesto parte de una posibilidad de entre las funciones del código marital. Alfonso identifica el gesto y entrelazamos los dedos. Rebeca mira hacia atrás, y descubre que el niño se ha dormido. Siempre lo llama el niño, todavía no se ha acostumbrado a que el niño tiene un nombre.

—¿Conseguiste hablar con tu madre? —dice Alfonso mientras marca un cambio de carril con el intermitente.

Rebeca coge su teléfono, pulsa algunos botones y espera.

—Nada, sigue comunicando —dice Rebeca.

Tenemos mucha hambre. Hemos decidido no parar en varias horas y con el atasco, se hace más pesado estar sentado en el coche.

—Vamos a parar en cuanto veamos un McDonalds —dice Rebeca recolocándose en el asiento— ¿te parece? Creo que sólo me apetece comida pringosa.

El sol, cerca del atardecer, empapa todo de un naranja ácido, la velocidad de los coches que adelantan es naranja y el brillo del quitamiedos también. Alfonso arruga los ojos sin ponerse las gafas de sol, quiere que sean sus pestañas las que filtren la luz.

Haciendo uso del freno motor, el coche va decelerando. Se oye la apertura de puertas y nos bajamos. Los primeros pasos tipo hombre espacial van dando lugar a pasos terrestres estándar. Como si hubieran cambiado el final del avemaría, Alfonso reza a nadie en particular:

—No he debido de hablarte así antes.

Rebeca abre la puerta del maletero y dice:

—Coge la bolsa y yo despliego el carrito.

El niño montado en el carro, y los bártulos en nuestros brazos andamos lentos pero seguros hacia la puerta de la parcela. El olor prenocturno de los pinos inunda nuestros pulmones. Algunas piedras friccionan contra las ruedas del carrito. Abrimos la puerta y Rebeca dice:

—¿Qué está pasando aquí?

El jardinero y los que podrían ser mujer y dos hijos están chapoteando en la piscina iluminada por dos faros encendidos temprano. Hay una nevera portátil abierta, dos toallas bien extendidas y algunos juguetes acuáticos. Una servilleta ha volado unos metros más allá.

—Eh, suelta eso —dice uno de los niños al otro.

Una pelota de playa sale de la piscina y rueda hasta quedar justo delante de nosotros.